Boceto de un sueño. (Para Zenda #Sueñosdegloria)

  A lo largo de mi corta existencia he visto a muchos campeones. Desde muy pequeña, Karim Benzema vistió mi corazón de blanco, y crecí celebrando cada gol que llevara la firma de aquel eterno 9. Más de una vez me emocioné viendo al Real Madrid besar la copa en la Cibeles. Muchos domingos comí viendo a Fernando Alonso primero, siendo —en voz de Melendi—, coronado rey del viento, y a Rafael Nadal sonreír al palco tras ganar su enésima Roland Garros. Al pistolero Contador vitoreado rey del Tour y leyenda del ciclismo. Todavía recuerdo con nostalgia aquel 11 de julio de 2010, cuando Andrés Iniesta unió a una nación. En la televisión, tantos medallistas olímpicos que dejaron a España en lo más alto. A Mireia Belmonte nadando con alas y Ona Carbonell haciendo del cloro polvo de hadas con gran maestría. Pero ninguno de ellos se asemeja a los míos.


  Los campeones que yo conozco no son ni deportistas de élite, ni ricos, ni famosos, y sin embargo, son fuente de la que beben mis sueños de gloria. En los ojos de mi padre he visto la fuerza, la compostura y la integridad ante las mayores adversidades. En las cartas de mi madre; el amor propio, el respeto hacia mi persona y la humildad en el camino. Con las aspiraciones de mi hermano he sembrado un huerto de ambición y deseo, el cual mi abuelo ha regado cada día de su vida con gotas de sudor, sacrificio y trabajo duro. Esos frutos crecerán sanos y firmes siempre que sus raíces se nutran de la fortaleza física y mental que cada día veo en mi mejor amigo. Y sé que así será porque en mi primo ya florece esa constancia, así como en mis profesores, donde siempre encuentro refugio y aliento para continuar. Siempre he pensado que si asimilamos estos valores y los dejamos en manos del porvenir, sin descuidar los vaivenes de la fortuna, el futuro que deseamos puede que no esté tan lejos de ser nuestro. Pero la pregunta es, ¿qué futuro quiero para mí? Pues bien...


  Si me preguntan, diré que mi mayor aspiración empieza en un cuaderno de notas y termina en la sección de best-sellers de una librería. Con un título cautivador, una portada repleta de significado y con unos treinta ejemplares que salten a la vista. Si me permite colgarme alguna medalla más, reconozco que me haría especial ilusión firmar con pluma en las ferias de libros y dar largos discursos en salones de actos. Cautivar a mi audiencia, dejarles con un buen sabor de boca. Ofrecerles algo que no encuentren en nadie más. Aportar a su intelecto mi granito de arena, siendo esto algo recíproco. Escuchar con atención sus opiniones y anotar sus críticas. Indagar en aquellos tópicos inexplorados hasta la fecha, que sin duda todavía los habrá. Encontrar las palabras adecuadas para cada vivencia y sentimiento, como lo haría cualquier buen admirador de Gustave Flaubert del siglo XXI. Imitarlo en su búsqueda de le mot juste, con la única diferencia de hacerlo en nuestra rica y cultivada lengua española. Demostrar a mi público que en cuestiones de lenguaje no todo está perdido. Traducir obras de tal valor y magnitud que merezcan llegar a lectores de cada rincón del planeta. Mantener viva la lectura en papel, y fomentar el amor y cuidado de los libros. En definitiva, contribuir a valorar un inmenso regalo como lo es la lectura.


  No pretendo abusar de su confianza, se lo prometo, pero si me permite seguir subiendo peldaños en la escalera del éxito, y yendo ya muy arriba, me bastaría con asemejarme, aunque fuera lo más mínimo, al ilustrísimo Don Arturo Pérez-Reverte. 


  Como bien habrá podido comprobar, mis sueños de gloria son literarios. 


— Y ambiciosos, sin duda. 


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